- Dios
mío, ¡está aquí! ¡DiosmioDiosmioDiosmio! - el corazón de Silvia latía a mil
por hora. No se podía creer que por fin volvía a ver a Dani, ¡a su Dani!
Aunque,
el breve ‘hola’ que le había dirigido, no parecía un buen comienzo, Silvia se
negaba a dejarse abatir. Sabía que no sería nada fácil volver a caerle bien,
pero estaba decidida a volver a conocerle, y por lo menos volver a tener su
amistad. Para sus padres también sería mucho mejor si pudieran tener a sus dos
‘hijos’ juntos en los eventos familiares importantes.
Lo miro
de reojo, había cambiado mucho desde la última vez que lo vio. Por aquel
entonces era un chico delgado y un poco tímido, aunque nunca con ella. Ahora
era todo un hombre, con un cuerpazo de hombros anchos y musculosos. El aire de
seguridad y arrogancia que le rodeaba, lo hacía incluso más atractivo. Más
masculino.
Cuando
el café estuvo listo, se sentó en frente de él, segura de que su madre
dirigiría la conversación, y ella ya podría intervenir y así hablar con él. Sin
embargo cuando su madre se levanto y anuncio que ‘tenia cosas que hacer y los
dejaba porque seguro que tenían muchas cosas de las que hablar’, casi se
atraganta con el café. Por obra del destino, en ese mismo momento sonó el
teléfono y su madre salió rápidamente de la cocina para atenderlo en el salón.
Ahora sí
que estaban solos, y de nuevo, silencio…
Sintió
la mirada intensa de Daniel en su cuerpo, pero se agarraba a su café como si
fuera un salvavidas, y no se atrevía a levantar la mirada, por lo que pudiera
ver en esos ojos azules.
Nunca se
había sentido tan tímida, ni tan intimidada, y se regaño en silencio por ser
una cobarde.
Se
aclaro la garganta, para preguntarle como estaba, pero él se le adelanto.
- Me
voy. Adiós, Campanilla
- ¿Qué? ¿Ya?
¿Porque?
El
escuchar su mote, el que él le había puesto cuando solo tenía 8 años, y con
referencia de su peli favorita del momento, la puso aun más nerviosa de lo que
ya estaba. Le hizo verla tantas veces, que los dos se sabían el dialogo
completo.
El no
pudo reprimir una sonrisa al ver sus nervios por haberla llamado así. Sabía que
estaba recordando el porqué de su mote.
Por
mucho que le gustaría quedarse aquí y perderse en sus ojos, sabía que si lo
hacía, estaría perdido para siempre. Se había prometido así mismo que jamás
volvería a caer. No podía volver a dejar que le robara que corazón porque
simplemente sabía que volvería a ser el idiota que fue y volvería a ser
humillado por ella, de una manera u otra. Por esa razón se levanto, cogió su
chupa de cuero y se fue hacia la puerta.
- Dile a
tu madre que volveré en otro momento.
Silvia
se quedo quieta un momento, dolida por el rechazo. Pero su determinación le
hizo salir detrás de él antes de que se fuera.
- Dani.
Dani, ¡espera!
Vio como
dudo un momento en sus pasos, y luego siguió andando hacia su moto.
- ¡Dani!
Se quedo
quieto pero no se dio la vuelta
- ¿Qué
quieres Campanilla?
- Siento
lo que te hice aquel día, y quiero que me perdones.
Ya esta,
ya lo había dicho.
Daniel
cerró los ojos por un momento mientras asimilaba las palabras de Silvia. Sentía
nauseas, y estaba seguro que iba a vomitar de la tensión que sentía en el
cuerpo.
- No sé
porque tendría que perdonarte, no sé de que hablas.
-
Mentiroso. Mírame a los ojos y repite eso.
Daniel
no se podía mover, sabía que si la miraba a los ojos, caería rendido a sus pies
dispuesto a que ella le hiciera lo que le viniera en gana y no podía dejar que
eso pasara. Otra vez no.
Incluso
cuando ella se planto delante de él, desafiante y orgullosa, el solo podía
mirar al frente. Casi en un suspiro, le volvió a preguntar.
- ¿Qué
quieres Campanilla?
- Que, ¿estas
sordo? ¡Quiero hablar, quiero que me perdones, necesito que me perdones
por el daño que te hice!
Los ojos
le brillaban, y aunque Dani no la estaba mirando fijamente, esas lágrimas sin
verter le dolían como un puñal.
Silvia siguió hablando, aunque el parecía ausente.
- Cena
conmigo. Hablamos un poco, te digo lo que te tengo que decir y ya está. Si
quieres, después de eso no tienes que volver a verme nunca más.
- Aunque
eso suena bien, ¿porque iba yo a hacer
algo así y gastar mi tiempo contigo?
La
manera en la que soltó esa última palabra le dolió, pero intento no
demostrarlo.
- Porque
te lo estoy pidiendo yo
Silvia bajo
la mirada, dolida, y la actitud orgullosa y desafiante había desaparecido.
- Mira Campanilla,
no tenemos nada de qué hablar ¿vale? Simplemente olvídate del tema y déjalo
estar.
- ¿No
crees que eso ya lo he intentado? No puedo olvidarme, por eso necesito que
hables conmigo.- Pues lo siento, pero ese es tu problema, no el mío.
Sin
mirarla ni una sola vez, la rodeo y se subió a la moto, dejando a Silvia atrás
con los ojos húmedos, y todo por su maldito orgullo.
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