martes, 11 de junio de 2013

Un amor inolvidable - Capítulo 5


Tu dale unos días y ya lo veras.

Las palabras de su madre la perseguían día y noche. Ya habían pasado ‘unos días’ e incluso unas semanas, y nada, ni una señal de vida por parte de Dani. Silvia se estaba empezando a desesperar, no había ido a casa de sus padres desde que volvió a ver a Dani, aunque estaba deseando volver y encontrárselo. Hablaba con sus padres a diario, sabía que él había estado en la casa y que había estado hablando con su padre de trabajo, pero nada más. Seguramente ya habría vuelto a Barcelona, aunque su madre se lo habría dicho si así fuera. Sin embargo, desde el reencuentro, su madre nunca hablaba de él, simplemente le decía que tuviera paciencia.

¡Ya no me queda paciencia! - pensó. Llevaba sin dormir bien desde que encontró aquella caja durante la mudanza, y su insomnio solo había empeorado al verlo a él en casa de sus padres. Estaba agotada por la falta de sueño y cuando por fin lograba quedarse dormida, tenía pesadillas. Soñaba que él la rechazaba una y otra vez, y por mucho que ella intentaba retenerlo, nunca lo lograba. Silvia suspiro frustrada - se acabo, me tengo que olvidar de él. ¡Ya! - pero sabía que no podía. Nunca podría.

Se estaba empezando a sentir un poco melancólica y decidió sacar de su escondite el baúl que había comprado para guardar las cosas de Dani.

Poco a poco saco todas las cosas y recordó el momento exacto en las que él se las había regalado. Se acordaba de todo, cada mirada, cada palabra, la esperanza en esos preciosos ojos…

El había cambiado su actitud hacia ella cuando ella tenía 15 y el 20. Desde aquel momento ya no eran solo amigos; él la trataba diferente, y ese cambio la había asustado. El día de su 16 cumpleaños, recibió su primer ramo de flores, el primero de muchos. Siempre eran tulipanes, porque ella alguna vez siendo pequeña le había dicho que todo el mundo regalaba rosas, y que a ella lo que le gustaban eran los tulipanes.

Le hizo mucha ilusión recibir flores ese día, le hizo sentirse mayor, casi adulta.

Silvia sonrió. Sin que nadie lo supiera, ni siquiera el mismo Dani, había secado y guardado una flor de cada ramo que él le había regalado, en total había 28 flores secas. Vaya, eso eran muchos ramos…

Con cuidado hecho las flores a un lado y miro las 28 tarjetitas que habían acompañado a los ramos. La primera empezaba bastante inocente - Para mí Campanilla en sus 16 cumpleaños, con cariño, Dani.

Sin embargo en las últimas se reflejaba claramente lo que él sentía por ella. Las volvió a leer todas, y con la última hasta se sonrojo - Quiero que seas mía, Campanilla, y algún día lo serás -. Igual que la primera vez que la leyó, esta vez también sentía las mariposas en el estómago, el mismo sentimiento que tuvo hacia 6 años. Sin embargo, esta vez no sintió nada de miedo, sino excitación, aunque supiera que el ya no sentía nada igual y ya no quería que ella fuese ‘suya’.

Dejo las tarjetas al lado de las flores, y siguió recordando al ver todos los regalitos; había cosas que le había regalado cuando era más pequeña, ya sus padres siempre se aseguraban de que se pudieran comprar regalos el uno al otro, incluso siendo niños. Ella le había regalado coches, monstruos y todo tipo de juguetes de niños y el a su vez le había regalado el video de Peter Pan para su 8 cumpleaños, ya decía que ella era su Campanilla porque siempre estaba pendiente de él, persiguiéndolo a todos lados y espantando a todo el que se le acercaba demasiado. Silvia volvió a sonreír, tenía que buscarse esa peli en DVD, ¡hacía siglos que no la veía!

También había detallitos que le había regalado sin motivo aparente. Unos pendientes, pulseras, cosas que sabía que a ella le encantaban por aquel entonces. Sin embargo, los regalos de verdad, los significantes, venían los días de sus cumpleaños. Con cada celebración, los regalos se hacían más interesantes. A los 16, Dani le regalo un gatito, al que por su puesto pusieron Capitán Garfio, pero el pobre animal ya no estaba con ellos. Lo echaba mucho de menos, porque siempre le había hecho compañía. Tenía fotos de su mascota, algunas incluso con Dani.

A los 17, le regalo una preciosa estatuilla de Campanilla, con un precioso colgante, que ella todavía llevaba, aunque lo escondía de miradas curiosas.

Cuando cumplió la mayoría de edad, unas semanas antes de ese horrible día en el que lo estropeo todo, le regalo una llave. Nunca llego a descubrir de donde era la llave, o que era lo que abría y ahora se sentía muy tentada de preguntárselo. Aunque ya daba igual, tenía que olvidarlo ya que estaba claro que su madre se había equivocado. El no la necesitaba, y probablemente nunca la necesitaría.

-Ya esta -, se dijo, - tengo que olvidarme de él -. Frunció el ceño y miro la llave, - o eso creo…-

Estaba añadiendo la llave misteriosa a su llavero cuando el timbre de la puerta la saco de sus pensamientos, y por un breve momento, su corazón pego un salto. 

- No seas tonta - murmuro - claro que no es el.

Cuando abrió la puerta, el corazón se le paro un momento para después volver a latir con más fuerza que nunca. Delante de ella apareció el ramo de tulipanes más grande que le habían regalado jamás.

- Es usted…ehh… ¿Campanilla? - Silvia soltó una carcajada.
- Sí, soy yo.

El chico la miro de arriba abajo,

- Ehh, pues firme aquí por favor.

Silvia firmo, y le dio al chico una propina. Los nervios la estaban matando, y quería leer la tarjeta ya, para confirmar que las mandaba Dani. ¿De quién más podrían ser?, pensó. Abrió la tarjeta, y ahí estaba. Esa letra tan familiar, con trazos firmes y seguros.

“Campanilla, siento lo del otro día.
Te veo esta noche en el Bellavista, a las 21:00.
D.”

Eso era todo. Ni una pregunta, ni una sugerencia. Una orden, simple y concisa… eso la ponía furiosa, ¿y si ella ya tuviera planes para esta noche? Cuando era más joven jamás habría tenido esa actitud con ella, al contrario. Le hubiese preguntado si quería ir con él, a donde le apetecía ir, que día le venía mejor. Y aunque por aquel entonces sus salidas se reducían a ir al cine con los amigos, él siempre le preguntaba a ella. Y ahora venía y le daba órdenes, así sin más. Pues si Dani se pensaba que ella iría tan tranquila después de haberla tratado de esa manera y luego hacerla esperar, estaba muy equivocado. Silvia suspiro y volvió a mirar las flores. ¿A quién estaba engañando? Ella sabia tan bien como él, que iría a donde él le dijera.

Bueno, tenía varias horas para arreglarse, y sabía exactamente que ponerse para asegurarse de que él estuviera un poco distraído…

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