Tu
dale unos días y ya lo veras.
Las
palabras de su madre la perseguían día y noche. Ya habían pasado ‘unos días’ e
incluso unas semanas, y nada, ni una señal de vida por parte de Dani. Silvia se
estaba empezando a desesperar, no había ido a casa de sus padres desde que
volvió a ver a Dani, aunque estaba deseando volver y encontrárselo. Hablaba con
sus padres a diario, sabía que él había estado en la casa y que había estado
hablando con su padre de trabajo, pero nada más. Seguramente ya habría vuelto a
Barcelona, aunque su madre se lo habría dicho si así fuera. Sin embargo, desde
el reencuentro, su madre nunca hablaba de él, simplemente le decía que tuviera
paciencia.
¡Ya no me queda paciencia! - pensó. Llevaba sin dormir bien desde que encontró aquella caja durante la mudanza, y su insomnio solo había empeorado al verlo a él en casa de sus padres. Estaba agotada por la falta de sueño y cuando por fin lograba quedarse dormida, tenía pesadillas. Soñaba que él la rechazaba una y otra vez, y por mucho que ella intentaba retenerlo, nunca lo lograba. Silvia suspiro frustrada - se acabo, me tengo que olvidar de él. ¡Ya! - pero sabía que no podía. Nunca podría.
Se
estaba empezando a sentir un poco melancólica y decidió sacar de su escondite
el baúl que había comprado para guardar las cosas de Dani.
Poco a
poco saco todas las cosas y recordó el momento exacto en las que él se las
había regalado. Se acordaba de todo, cada mirada, cada palabra, la esperanza en
esos preciosos ojos…
El había
cambiado su actitud hacia ella cuando ella tenía 15 y el 20. Desde aquel
momento ya no eran solo amigos; él la trataba diferente, y ese cambio la había
asustado. El día de su 16 cumpleaños, recibió su primer ramo de flores, el
primero de muchos. Siempre eran tulipanes, porque ella alguna vez siendo
pequeña le había dicho que todo el mundo regalaba rosas, y que a ella lo que le
gustaban eran los tulipanes.
Le hizo
mucha ilusión recibir flores ese día, le hizo sentirse mayor, casi adulta.
Silvia
sonrió. Sin que nadie lo supiera, ni siquiera el mismo Dani, había secado y
guardado una flor de cada ramo que él le había regalado, en total había 28
flores secas. Vaya, eso eran muchos ramos…
Con
cuidado hecho las flores a un lado y miro las 28 tarjetitas que habían
acompañado a los ramos. La primera empezaba bastante inocente - Para mí Campanilla
en sus 16 cumpleaños, con cariño,
Dani.
Sin
embargo en las últimas se reflejaba claramente lo que él sentía por ella. Las volvió
a leer todas, y con la última hasta se sonrojo - Quiero que seas mía, Campanilla,
y algún día lo serás -. Igual que la primera vez que la leyó, esta vez
también sentía las mariposas en el estómago, el mismo sentimiento que tuvo hacia
6 años. Sin embargo, esta vez no sintió nada de miedo, sino excitación, aunque
supiera que el ya no sentía nada igual y ya no quería que ella fuese ‘suya’.
Dejo las
tarjetas al lado de las flores, y siguió recordando al ver todos los regalitos;
había cosas que le había regalado cuando era más pequeña, ya sus padres siempre
se aseguraban de que se pudieran comprar regalos el uno al otro, incluso siendo
niños. Ella le había regalado coches, monstruos y todo tipo de juguetes de
niños y el a su vez le había regalado el video de Peter Pan para su 8
cumpleaños, ya decía que ella era su Campanilla porque siempre estaba pendiente
de él, persiguiéndolo a todos lados y espantando a todo el que se le acercaba
demasiado. Silvia volvió a sonreír, tenía que buscarse esa peli en DVD, ¡hacía
siglos que no la veía!
También
había detallitos que le había regalado sin motivo aparente. Unos pendientes,
pulseras, cosas que sabía que a ella le encantaban por aquel entonces. Sin
embargo, los regalos de verdad, los significantes, venían los días de sus
cumpleaños. Con cada celebración, los regalos se hacían más interesantes. A los
16, Dani le regalo un gatito, al que por su puesto pusieron Capitán Garfio,
pero el pobre animal ya no estaba con ellos. Lo echaba mucho de menos, porque
siempre le había hecho compañía. Tenía fotos de su mascota, algunas incluso con
Dani.
A los
17, le regalo una preciosa estatuilla de Campanilla, con un precioso colgante,
que ella todavía llevaba, aunque lo escondía de miradas curiosas.
Cuando
cumplió la mayoría de edad, unas semanas antes de ese horrible día en el que lo
estropeo todo, le regalo una llave. Nunca llego a descubrir de donde era la
llave, o que era lo que abría y ahora se sentía muy tentada de preguntárselo.
Aunque ya daba igual, tenía que olvidarlo ya que estaba claro que su madre se
había equivocado. El no la necesitaba, y probablemente nunca la necesitaría.
-Ya esta
-, se dijo, - tengo que olvidarme de él -. Frunció el ceño y miro la llave, - o
eso creo…-
Estaba
añadiendo la llave misteriosa a su llavero cuando el timbre de la puerta la
saco de sus pensamientos, y por un breve momento, su corazón pego un
salto.
- No
seas tonta - murmuro - claro que no es el.
Cuando
abrió la puerta, el corazón se le paro un momento para después volver a latir
con más fuerza que nunca. Delante de ella apareció el ramo de tulipanes más
grande que le habían regalado jamás.
- Es
usted…ehh… ¿Campanilla? - Silvia soltó una carcajada.
- Sí,
soy yo.
El chico
la miro de arriba abajo,
- Ehh,
pues firme aquí por favor.
Silvia
firmo, y le dio al chico una propina. Los nervios la estaban matando, y quería
leer la tarjeta ya, para confirmar que las mandaba Dani. ¿De quién más podrían ser?, pensó. Abrió la tarjeta, y ahí estaba.
Esa letra tan familiar, con trazos firmes y seguros.
“Campanilla,
siento lo del otro día.
Te
veo esta noche en el Bellavista, a las 21:00. D.”
Eso era
todo. Ni una pregunta, ni una sugerencia. Una orden, simple y concisa… eso la
ponía furiosa, ¿y si ella ya tuviera planes para esta noche? Cuando era más
joven jamás habría tenido esa actitud con ella, al contrario. Le hubiese
preguntado si quería ir con él, a donde le apetecía ir, que día le venía mejor.
Y aunque por aquel entonces sus salidas se reducían a ir al cine con los
amigos, él siempre le preguntaba a ella. Y ahora venía y le daba órdenes, así
sin más. Pues si Dani se pensaba que ella iría tan tranquila después de haberla
tratado de esa manera y luego hacerla esperar, estaba muy equivocado. Silvia
suspiro y volvió a mirar las flores. ¿A quién estaba engañando? Ella sabia tan
bien como él, que iría a donde él le dijera.
Bueno,
tenía varias horas para arreglarse, y sabía exactamente que ponerse para
asegurarse de que él estuviera un poco distraído…
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