jueves, 13 de junio de 2013

Un amor inolvidable - Capítulo 6


Cuando llego al restaurante estaba temblando de los nervios. No podía creer que después de estas semanas lo iba a volver a ver. Respiro hondo y miro a su alrededor buscando la moto de Dani, sin verla. Sintió una punzada de decepción pero se obligo a olvidarse y entro en el restaurante.

El Bellavista era un sitio elegante donde solo se podía entrar con reserva, y por lo que ella sabía las reservas se hacían con unas cuantas semanas de antelación, sino meses. Así que, o Dani tenía unos contactos muy buenos, o la reserva ya estaba hecha desde hace tiempo. Quizás hasta había planeado venir con otra persona… ese pensamiento la ponía mala así que rápidamente desecho la idea. - hoy va a venir por mí, y eso es lo que importa.

Volvió a respirar hondo y presto atención al restaurante en el que acababa de entrar. A pesar de la exclusividad, había un ambiente tranquilo y relajado y parecía que la gente se lo estaba pasando bien.

 Se acerco a la pequeña mesa de recepción,

- ¿Nombre por favor?

El maître estaba listo para acompañarla a su mesa.

- Silvia Men… ehh ¿Campanilla?

El hombre la miro extrañado y solo volvió a bajar la mirada cuando Silvia lo miro arqueando una ceja perfectamente depilada.

- Si claro, acompáñeme.

Silvia lo siguió hasta su mesa que todavía estaba vacía. Pidió un vino blanco y miro a su alrededor. De pronto sintió una fuerte opresión en el pecho antes de sentir como se le partía el corazón en mil pedazos. Esto era mucho peor que no ver la moto de Dani fuera, porque Dani sí que estaba aquí. Simplemente que estaba demasiado ocupado con la rubia exuberante que le agarraba el brazo con tanta familiaridad y le estaba presentado el pecho en una bandeja. Los dos estaban riendo muy alegremente, seguramente hasta de ella.

La vista se volvió borrosa cuando los ojos se le llenaron de lágrimas.

- ¿Para esto la había citado? ¿Para reírse de ella y demostrarle que ya estaba con otra?

Silvia se levanto, pero se tambaleo al hacerlo y se tuvo que agarrar a la mesa para no caerse.
 

Esto atrajo la atención de Daniel, que inmediatamente estaba a su lado sujetándola fuertemente.

- Cariño ¿estás bien?

El vestido de Silvia le quitaba la respiración, pero la preocupación por su Campanilla lo superaba.

- Suéltame

La orden susurrada de Silvia era clara, sin embargo, ahora que la volvía a tener entre sus brazos después de tanto tiempo, le resultaba imposible obedecer.

- He dicho…

Silvia respiro profundamente.

- …que…

Le siguió otra respiración honda.

- ¡…me sueltes!

Con cuidado, la ayudo a sentarse, pero cuando ella intento volver a levantarse, le puso las manos sobre sus hombros desnudos.

- ¡No me toques!

La miro con los ojos entrecerrados, sintiendo una punzada de dolor que hacía mucho tiempo no sentía.

- ¿A dónde vas Campanilla? ¿No querías hablar? Pues vamos a hablar.
- ¿Y porque no hablas con la muñeca hinchable con la que estabas?
- ¿Qué?

Daniel parecía confuso.

- ¿De qué hablas?

Silvia levanto la barbilla y se negaba a mirarlo – que curioso, si casi parecía… ¿celosa? Pero eso era imposible, su Campanilla jamás estaría celosa de otra mujer. La volvió a mirar. ¿O quizás sí?

La alegría que le daba el pensar eso le hizo sonreír mientras sacudía la cabeza.

- ¿Malena? Pero si es la mujer de un socio. Solo la estaba acompañando mientras ella lo espera y yo te esperaba a ti.

Levanto aun más la barbilla, tan orgullosa como siempre.

- Ya. Claro.

Los celos teñían su voz, y Daniel se estaba alegrando mas por momentos. La verdad era que la había visto entrar, quedándose sin respiración al verla. Pero había querido esperar, y causar esta reacción en ella. Aunque jamás pensó que realmente iba a funcionar. Su mente le avisaba de que tuviera cuidado - Nunca más…- , el mantra que llevaba tantos años repitiéndose, seguía ahí, pero los saltos que pegaban su corazón se superponían a cualquier pensamiento razonable.

- Estas preciosa.

El comentario la sorprendió tanto que lo miro boquiabierta. Hacía años que no le hacia un cumplido. 

- Eh… gracias.

Se está sonrojando – pensó Dani, y sentía como se le calentaba la sangre. De nuevo dejo viajar la vista por su cuerpo.

El vestido era perfecto, se pegaba a sus curvas como una segunda piel y Daniel se pregunto si sería tan fácil quitárselo, como le parecía. Era muy parecido al vestido de la pequeña hada Campanilla, que aparecía en el famoso cuento infantil de Peter Pan, pero este vestido definitivamente no debería de ser visto por niños.

Era verde pálido, con un pronunciado escote que dejaba más bien poco a la imaginación y era bastante corto, por lo que se le veían esas preciosas piernas interminables. Y para terminar tenía una apertura en uno de los lados, por lo que se le venía una buena parte del muslo.

Era increíblemente sexy, pero sin dejar de ser elegante.

Daniel no le podía quitar los ojos de encima. Sin embargo lo que más le sorprendió, e incluso emociono, era que llevaba su colgante. El que él le había regalado junto a la estatuilla por su cumpleaños. Se quedaron en silencio mucho rato, hasta que por fin trajeron los entrantes y Daniel se sentó en su sitio.

 
Cariño. ¡La había llamado cariño! - 

Las mariposas de su estomago estaban dando saltos vertiginosos. Solo lo había dicho una vez, pero a Silvia le daba igual, lo había dicho – y se había preocupado por ella. Todavía no estaba muy segura si era verdad lo que le había dicho de la muñeca hinchable, pero hasta ahora, solo había tenido ojos para ella.

Ahora mismo él tenía la vista clavada en su escote - no tonta, ¡está mirando el colgante! – se regañó a sí misma.

Para asegurarse, respiro hondo, causando que el escote se le moviera visiblemente. Los ojos de Dani solo bajaron un instante, antes de volver al colgante.

- Así que...

Daniel se aclaró la garganta, que se le había secado debido a la emoción.

- ¿Así que por fin te has decidido poner el colgante? No te lo había visto puesto antes.

Daniel entrecerró los ojos.

- ¿Qué intentas Campanilla? Crees que por llevar al cuello una tontería que te di hace unos años van a hacer que me olvide de…

Daniel se calló, dándose cuenta demasiado tarde de que había hablado de más.

- Claro que no.

La voz de Silvia era solo un susurro. No sabía si seguir hablando o no. Si no hablaba, el jamás sabría cómo se sentía ella pero si hablaba demasiado, el sabría exactamente lo que sentía, y eso para la primera ‘cita’ parecía demasiado arriesgado.

- Lo llevo siempre, lo he llevado siempre
- ¿Desde cuándo?

La miro con el ceño fruncido.

- Porque cuando te lo regale, lo despreciaste. Y el otro día tampoco lo llevabas puesto.

Así que se había fijado…

Silvia sonrió.

- Ah, ahí es donde te equivocas. Sí que lo llevaba puesto, solo que no en un sitio que tú pudieras ver.

La cara de sorpresa y curiosidad de Daniel lo decía todo. Estaba pensando donde lo podría llevar. Pues ella no pensaba decírselo.

Lo que Daniel no sabía, era que ella siempre llevaba el colgante colgado de su piercing del ombligo, para poder llevarlo encima siempre, pero sin tener que responder a las preguntas que sus padres seguramente le harían, al verlo colgado de su cuello. El piercing se lo había hecho a los 16, con la ayuda de Daniel, en un ataque de rebeldía. Sabía que él no podía decirle que no a nada que ella le pidiera, así que cuando le pidió que firmara como su tutor en la autorización… Daniel no dudo ni un momento, aunque sí que le soltó una regañina, que pronto se quedo en nada cuando ella le enseño el piercing ya puesto. Acordarse de la mirada ardiente de Dani en su cuerpo todavía le causaba escalofríos.

 
Silvia se echó un poco de ensalada, mientras Daniel no estaba tocando la comida, simplemente la miraba a ella, sonrojándola aún más.

- Bueno ¿y qué tal el trabajo?

Silvia quería mantener una conversación educada antes de hablar de lo que paso.

- ¿Para qué lo quieres saber, Campanilla? Seguro que Eduardo te mantiene al tanto de todo lo que pasa en su empresa.

Si, en eso tenía razón, pero le podía haber seguido el rollo para que ella no se sintiera tan mal. Como habían cambiado las cosas, de la absoluta adoración, a no poder ni pasar una cena con ella sin impacientarse… Silvia resoplo.

- ¿Porque no hablamos de lo que realmente quieres hablar? O que, ¿ya te arrepientes?
- No claro que no, solo es que, bueno, no sé muy bien por dónde empezar.
- ¿Porque no intentas por el principio? Eso es siempre un buen comienzo.

Por el principio, ya claro, como si fuera tan fácil. Silvia todavía se acordaba de las cosas que él le hacía sentir, el miedo y la vergüenza que le daba sentir esas cosas. Recordó aquel primer beso…

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