Cuando
llego al restaurante estaba temblando de los nervios. No podía creer que
después de estas semanas lo iba a volver a ver. Respiro hondo y miro a su
alrededor buscando la moto de Dani, sin verla. Sintió una punzada de decepción
pero se obligo a olvidarse y entro en el restaurante.
El
Bellavista era un sitio elegante donde solo se podía entrar con reserva, y por
lo que ella sabía las reservas se hacían con unas cuantas semanas de
antelación, sino meses. Así que, o Dani tenía unos contactos muy buenos, o la
reserva ya estaba hecha desde hace tiempo. Quizás hasta había planeado venir
con otra persona… ese pensamiento la ponía mala así que rápidamente desecho la
idea. - hoy va a venir por mí, y eso es lo que importa.
Volvió a
respirar hondo y presto atención al restaurante en el que acababa de entrar. A
pesar de la exclusividad, había un ambiente tranquilo y relajado y parecía que
la gente se lo estaba pasando bien.
- ¿Nombre
por favor?
El
maître estaba listo para acompañarla a su mesa.
- Silvia
Men… ehh ¿Campanilla?
El
hombre la miro extrañado y solo volvió a bajar la mirada cuando Silvia lo miro arqueando
una ceja perfectamente depilada.
- Si
claro, acompáñeme.
Silvia
lo siguió hasta su mesa que todavía estaba vacía. Pidió un vino blanco y miro a
su alrededor. De pronto sintió una fuerte opresión en el pecho antes de sentir
como se le partía el corazón en mil pedazos. Esto era mucho peor que no ver la
moto de Dani fuera, porque Dani sí que estaba aquí. Simplemente que estaba
demasiado ocupado con la rubia exuberante que le agarraba el brazo con tanta
familiaridad y le estaba presentado el pecho en una bandeja. Los dos estaban
riendo muy alegremente, seguramente hasta de ella.
La vista
se volvió borrosa cuando los ojos se le llenaron de lágrimas.
- ¿Para
esto la había citado? ¿Para reírse de ella y demostrarle que ya estaba con
otra?
Silvia
se levanto, pero se tambaleo al hacerlo y se tuvo que agarrar a la mesa para no
caerse.
Esto
atrajo la atención de Daniel, que inmediatamente estaba a su lado sujetándola
fuertemente.
- Cariño
¿estás bien?
El
vestido de Silvia le quitaba la respiración, pero la preocupación por su Campanilla
lo superaba.
- Suéltame
La orden
susurrada de Silvia era clara, sin embargo, ahora que la volvía a tener entre
sus brazos después de tanto tiempo, le resultaba imposible obedecer.
- He
dicho…
Silvia respiro
profundamente.
- …que…
Le
siguió otra respiración honda.
- ¡…me
sueltes!
Con
cuidado, la ayudo a sentarse, pero cuando ella intento volver a levantarse, le
puso las manos sobre sus hombros desnudos.
- ¡No me
toques!
La miro
con los ojos entrecerrados, sintiendo una punzada de dolor que hacía mucho
tiempo no sentía.
- ¿A
dónde vas Campanilla? ¿No querías hablar? Pues vamos a hablar.
- ¿Y
porque no hablas con la muñeca hinchable con la que estabas?- ¿Qué?
Daniel
parecía confuso.
- ¿De
qué hablas?
Silvia
levanto la barbilla y se negaba a mirarlo – que curioso, si casi parecía… ¿celosa?
Pero eso era imposible, su Campanilla jamás estaría celosa de otra mujer. La
volvió a mirar. ¿O quizás sí?
La
alegría que le daba el pensar eso le hizo sonreír mientras sacudía la cabeza.
- ¿Malena?
Pero si es la mujer de un socio. Solo la estaba acompañando mientras ella lo
espera y yo te esperaba a ti.
Levanto
aun más la barbilla, tan orgullosa como siempre.
- Ya.
Claro.
Los
celos teñían su voz, y Daniel se estaba alegrando mas por momentos. La verdad
era que la había visto entrar, quedándose sin respiración al verla. Pero había
querido esperar, y causar esta reacción en ella. Aunque jamás pensó que
realmente iba a funcionar. Su mente le avisaba de que tuviera cuidado - Nunca
más…- , el mantra que llevaba tantos años repitiéndose, seguía ahí, pero
los saltos que pegaban su corazón se superponían a cualquier pensamiento
razonable.
- Estas
preciosa.
El
comentario la sorprendió tanto que lo miro boquiabierta. Hacía años que no le
hacia un cumplido.
- Eh…
gracias.
Se
está sonrojando – pensó Dani, y sentía como se le calentaba la sangre. De
nuevo dejo viajar la vista por su cuerpo.
El
vestido era perfecto, se pegaba a sus curvas como una segunda piel y Daniel se
pregunto si sería tan fácil quitárselo, como le parecía. Era muy parecido al
vestido de la pequeña hada Campanilla, que aparecía en el famoso cuento
infantil de Peter Pan, pero este vestido definitivamente no debería de ser
visto por niños.
Era
verde pálido, con un pronunciado escote que dejaba más bien poco a la
imaginación y era bastante corto, por lo que se le veían esas preciosas piernas
interminables. Y para terminar tenía una apertura en uno de los lados, por lo
que se le venía una buena parte del muslo.
Era
increíblemente sexy, pero sin dejar de ser elegante.
Daniel
no le podía quitar los ojos de encima. Sin embargo lo que más le sorprendió, e
incluso emociono, era que llevaba su colgante. El que él le había regalado
junto a la estatuilla por su cumpleaños. Se quedaron en silencio mucho rato,
hasta que por fin trajeron los entrantes y Daniel se sentó en su sitio.
Cariño. ¡La
había llamado cariño! -
Las
mariposas de su estomago estaban dando saltos vertiginosos. Solo lo había dicho
una vez, pero a Silvia le daba igual, lo había dicho – y se había preocupado
por ella. Todavía no estaba muy segura si era verdad lo que le había dicho de
la muñeca hinchable, pero hasta ahora, solo había tenido ojos para ella.
Ahora
mismo él tenía la vista clavada en su escote - no tonta, ¡está mirando el
colgante! – se regañó a sí misma.
Para
asegurarse, respiro hondo, causando que el escote se le moviera visiblemente. Los
ojos de Dani solo bajaron un instante, antes de volver al colgante.
- Así
que...
Daniel
se aclaró la garganta, que se le había secado debido a la emoción.
- ¿Así
que por fin te has decidido poner el colgante? No te lo había visto puesto
antes.
Daniel
entrecerró los ojos.
- ¿Qué
intentas Campanilla? Crees que por llevar al cuello una tontería que te di hace
unos años van a hacer que me olvide de…
Daniel
se calló, dándose cuenta demasiado tarde de que había hablado de más.
- Claro
que no.
La voz
de Silvia era solo un susurro. No sabía si seguir hablando o no. Si no hablaba,
el jamás sabría cómo se sentía ella pero si hablaba demasiado, el sabría
exactamente lo que sentía, y eso para la primera ‘cita’ parecía demasiado
arriesgado.
- Lo
llevo siempre, lo he llevado siempre
- ¿Desde
cuándo?
La miro
con el ceño fruncido.
- Porque
cuando te lo regale, lo despreciaste. Y el otro día tampoco lo llevabas puesto.
Así que
se había fijado…
Silvia
sonrió.
- Ah,
ahí es donde te equivocas. Sí que lo llevaba puesto, solo que no en un sitio
que tú pudieras ver.
La cara
de sorpresa y curiosidad de Daniel lo decía todo. Estaba pensando donde lo
podría llevar. Pues ella no pensaba decírselo.
Lo que
Daniel no sabía, era que ella siempre llevaba el colgante colgado de su
piercing del ombligo, para poder llevarlo encima siempre, pero sin tener que
responder a las preguntas que sus padres seguramente le harían, al verlo
colgado de su cuello. El piercing se lo había hecho a los 16, con la ayuda de
Daniel, en un ataque de rebeldía. Sabía que él no podía decirle que no a nada
que ella le pidiera, así que cuando le pidió que firmara como su tutor en la
autorización… Daniel no dudo ni un momento, aunque sí que le soltó una
regañina, que pronto se quedo en nada cuando ella le enseño el piercing ya
puesto. Acordarse de la mirada ardiente de Dani en su cuerpo todavía le causaba
escalofríos.
- Bueno ¿y
qué tal el trabajo?
Silvia
quería mantener una conversación educada antes de hablar de lo que paso.
- ¿Para qué
lo quieres saber, Campanilla? Seguro que Eduardo te mantiene al tanto de todo
lo que pasa en su empresa.
Si, en
eso tenía razón, pero le podía haber seguido el rollo para que ella no se
sintiera tan mal. Como habían cambiado las cosas, de la absoluta adoración, a
no poder ni pasar una cena con ella sin impacientarse… Silvia resoplo.
- ¿Porque
no hablamos de lo que realmente quieres hablar? O que, ¿ya te arrepientes?
- No
claro que no, solo es que, bueno, no sé muy bien por dónde empezar.- ¿Porque no intentas por el principio? Eso es siempre un buen comienzo.
Por el
principio, ya claro, como si fuera tan fácil. Silvia todavía se acordaba de las
cosas que él le hacía sentir, el miedo y la vergüenza que le daba sentir esas
cosas. Recordó aquel primer beso…
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